jueves, 26 de enero de 2012

Algunos claros en el viejo camino del bosque (primera parte)

Por Carlos Rodríguez- Navia[1]

Todo lugar, todo pueblo, toda persona, tuvo  un pasado, tiene un presente y deseablemente un futuro, con su ambiente y su situación particular y colectiva, es decir, forma parte de la historia.

            Riberas, también tiene su sencilla y natural historia, de la cual todos formamos parte. Este  comprimido reportaje,  trata de mostrar muy someramente algunos sucesos, descripciones y anécdotas vividas en nuestra pequeña aldea, principalmente durante los años 1940-50 y 60.


PROLOGO. A mis paisanos
Estando en Riberas durante el mes de Agosto de 2003, algunas personas y principalmente Ana,  la hija de Jesús y Rosa,  me animaron a que me incorporase a esa buena idea, ya iniciada, como fue la de hacer una recopilación de fotografías  de hace unos cuantos años, colaborando además con algún suceso  o anécdota que yo recordase de aquellos tiempos.
Quiero decir en primer lugar, que me siento muy satisfecho por esa invitación. También estoy bastante satisfecho con mi memoria, que aunque a veces me haga alguna faena, funciona bastante bien para los mas de 70 años que la hago trabajar.  Finalmente declarar, que las cosas que aquí cuento, son verdaderas y sucedieron en su momento, salvo errores inconscientes, pero que debe de quedar muy claro que no pretendo ridiculizar a nadie ni contar intimidad alguna que no sea sabida, como tampoco usaré este medio para contar sucesos lamentables y terribles, que vimos y oímos quienes tenemos ya muchos años.
Tener algo de compasión, si confundo o me equivoco con los nombres y sobre todo en las palabras asturianas que aquí empleo. El llevar tantos años  viviendo en Madrid, aunque siempre conectado con Asturias, me hizo olvidar más, lo poco que sabía de la manera de hablar de antes.
Entender pues, que lo que trato es de colaborar y dejar humilde constancia de una mínima parte de esa pequeña historia, de esa vida diaria, sencilla y corriente,  que se vivió en  Riberas en tiempos pasados, con un sentido del humor y la broma, alguna vez algo pesada y con un poco de picardía e infantilismo, pero sin rencores ni venganzas
 También recojo algunos relatos escritos por vecinos o antiguos residentes de Riberas, en los que se describen algunas peculiaridades y personajes de entonces y  que junto con algunas fotografías ayudaran a  situarse algo en aquel ambiente, a quienes no lo conocieron.
                                CARLOS RODRIGUEZ-NAVIA MARTÍNEZ.
                                                                            Madrid, Septiembre 2003.


"Mi aldea, aparte del río y de la vega que le acompaña. está
en parte  abrazada por unos montes de altura media"


EL LUGAR y SUS VECINOS.
Casi todo el  mundo tiene un especial cariño al lugar en que nació y si  además, por las circunstancias de su vida, tuvo que habitar  después en otro sitio, al ir pasando los años siente aún mas la necesidad de volver al espacio en donde viviera sus primeras experiencias, que aunque en algunos casos pudieran ser negativas, forman parte importante de su existencia e incluso le marcaron de un modo especial.     
Yo, nací en Riberas en Agosto de 1933 en la casa de mi madre y mis abuelos, en donde mis padres solían pasar los meses de verano.  Hijo de Jesús Navia y Marina Cándida, Carlos para casi todos, Calele para algunos y Maldades para otros, apodo puesto con bastante mas cariño que reproche. Soy el último de tres hermanos pero tuve mas contacto y más confianza con Juanjo, el intermedio (quien gozó del merecido mote de Terremoto), que con el mayor que, desde siempre, mantuvo una distancia personal hacia nosotros, incomprensiblemente aumentada con los años. Mis primeros alimentos  naturales maternos fueron insuficientes, empezando a darme a los 15 días, leche de vaca que traía Esperanza del Gallo y vomitando el agua añadida que el médico, Alfonso el de Anita, recomendaba prudentemente. Precoz rebeldía ante el engaño, que me acompaña hasta hoy.
Como no conocí a ninguno de mis abuelos, me gustaba mucho oír las cosas que mi madre contaba de su padre, Evaristo Martinez, republicano de Salmerón, anticlerical y defensor de la libertad, quien incluso apoyó en Cuba a los ñañigos, en pro de una independencia  ya en 1892; padeció del dengue y se vino para España, con buenos recuerdos, un guacamayo, algunas perras y un machete con el mango tallado, que le regaló Maceo en agradecimiento a su colaboración y que junto con otras cosas, desapareció de la casa durante la Guerra Civil. En Riberas, encontró a una paisana guapetona y oronda, llamada Cándida, se casó, levantó una casa de tres plantas, con solana y galería, plantó una palmera y una magnolia y se dedicó a la placentera vida de vivir de las rentas, las tierras y los montes. Parece ser que era muy guasón, que participaba con mucho ardor en las cencerradas y folixas populares, y  que tuvo cierta amistad con Ruben Darío, cuando el poeta estuvo en Riberas y en S. Juan de La Arena , con quien hablaba en inglés y se tomaba algunas copas de más.
En el cercano  Parador, antigua parada de postas, Socorro, aparte de  un comercio variopinto, fonda y comedor, tenía montado una especie de casino y mi abuelo, como consecuencia de su folganza, se acostumbró a ir por allí y se fue aficionando al juego, acompañado de mucho tabaco, alcohol y café. Perdió bastante dinero, tierras y salud. Con 65 años, le dio una  fulminante angina de pecho a la puerta de casa. Dejó  viuda y cuatro hijos; un varón y tres mujeres  Evaristo, Clarisa, Sagrario y Marina, mi madre.
De mis tías y la abuela, yo no recuerdo nada, pero de mi Tío Evaristo,  mas conocido como Istín, solterón y también republicano, aún mantengo y agradezco mucho el contacto que tuvo conmigo, las cosas que me enseñó, imprimiéndome el sentido de la  libertad, la responsabilidad y el respeto a los demás pero sin agachar la cabeza ante nadie, como no fuera para no pisarle, pero sobre todo me inculcó una atención y un especial cariño a la Naturaleza. A veces me levantaba temprano para ver salir el sol, la luna llena o  la formación de una tormenta, para que comprendiese nuestra pequeñez. Aprendí a distinguir el canto del ruiseñor, del mirlo, la curuxa, el cuquiellu y el cuervo. Me explicaba el misterio de la floración, de los frutos, la frescura del verdor asturiano, la diferencia de porte de los distintos árboles y sus maderas y hasta a apreciar los olores y las fragancias de flores, de la hierba seca al sol o del ozono después de la lluvia.
Época muy especial fue, cuando en nuestra casa estuvieron de caseros desde 1947 hasta 1952, Manolo Mingón y Josefa y allí nació Mª. José, Pepa, que con el tiempo llegaría a Concejala por el PSOE en el Ayuntamiento de Pravia. De Manolo, aprendí el valor de la solidaridad y el compañerismo y admiraba su enorme fuerza,  su respeto a los árboles, plantas y su habilidad para solucionar o arreglar cualquier avería, desperfecto o problema. Era uno, como tantos otros, que tenía que hacer de todo, sin destacarse, para poder sobrevivir, trabajando la tierra,  plantaba o cortaba  árboles en los montes, sacaba carbón del río junto con Manolín de Luz  o ponía hábilmente inyecciones. Hizo muy buenas migas con nuestro tío Istín, coincidentes en muchas maneras de pensar, estando siempre atentos  de la marcha de los montes, a poner masilla en las ventanas, podar los arboles frutales y reparar las goteras. Nunca estuvo la casa tan bien cuidada.     
El tío Istín se murió como vivió: calladamente y sin molestar a nadie. Recuerdo que cuando nuestra madre se empeñó en hacerle un funeral de cuerpo presente, con  tres curas  cantando latines, dando vueltas alrededor del ataud y echándole agua bendita, no pude contener la risa, pensando lo  que diría él, si así se viera... Ella, católica tradicional en aquellos tiempos, tenía gran preocupación por el agnosticismo de su hermano y él, entre otros argumentos, se defendía diciendo que creía en el Universo y en quién lo creó, pero que no podría creer en una religión, que entre otras cosas,  encerraba y rodeaba  a Dios  de oro, mientras había gente cercana que se moría de hambre...
Manolo  también acabó sus días, como no podía ser de otra forma, ayudando a los demás, trabajando de enfermero, camillero y en  mantenimiento, en el Sanatorio Blanco y su mujer Josefa, antes  siempre alegre y sonriente, ya no fue la misma desde entonces, aunque su disponibilidad, si cabe,  es aún mayor y su cariño hacia casi todos nosotros, es mas que evidente. Sigue haciendo el pote, como nadie.
Al Oeste de Riberas, como a unos 300 metros y separándonos de Santianes, pasa el Rió Nalón, ya cerca de su desembocadura en San Esteban, serpenteando  entre las vegas de Peñaullan y Riberas, con zonas  de poco calado  entre pedregales y otras de mayor profundidad, pero con un gran caudal, sobre todo en Primavera, que con las lluvias y deshielos, suele desbordarse con gran frecuencia. El Nalón, es una fuente de riqueza y en la Edad Media, era quien suministraba la mayor parte del salmón que se consumía en todo el Reino de Asturias y León. Desde que en el siglo XIX se explotaron las minas de la Cuenca, se lavaba el carbón a través de sus aguas  y que a pesar de los filtros pertinentes, miles y miles de toneladas de restos pequeños de este mineral, eran arrastrados a todo lo largo, haciendo desaparecer aquel paraíso salmonero, aunque, inexplicablemente, todos los años remontan sus negras aguas hasta el Narcea para  allí desovar. En parcial compensación a este desastre ecológico, en los años 40 y 50, sirvió en parte para proporcionar pequeños ingresos a los “carboneros” que penosamente sacaban estos casi arenosos residuos empleando unas grandes piñeras. Otra riqueza que proporciona el Nalón , es la angula, que desde el Mar de los Sargazos se traslada todos los años hacia el Otoño-Invierno, hasta el último  tramo , que ya es ría, puesto que las mareas penetran un par de kilómetros tierra adentro. Unas aguas  que bajan negras, proporcionan una deliciosa  y blanquísima angula, que actualmente esta a precios desorbitados, pero que aun no hace muchos años, era consumida por los lugareños, como un normal alimento de temporada.
 En ese río, los chavales  pasábamos las horas  intentando pescar algún muíl o anguila con rudimentarios aparejos, bien haciendo carreras, remando  en pequeños botes o en los planos chalanos y terminando por  hacer competiciones lanzando pequeñas piedras al agua con nuestros gomeros, arma esta que, junto con una pequeña navaja, formaba parte indispensable de nuestra fantasía aventurera y que si además disponías de una linterna de petaca, te convertía en guía seguro. 
Carlos, su hermano Juanjo, Luis Alfonso, Emilio
y Mª Teresa Gallego, Maruja Sama y Biades
en 1949
Mi aldea, aparte del río y de la vega que le acompaña. está en parte abrazada por unos montes de altura media, normalmente cubiertos de pinos, robles, castaños, nogales y bastantes mas eucaliptos de los deseables. Alternando con estos bosques, hay grandes pradones  por entre los que baja un riachuelo. que se llama La Huelga, en cuyo recorrido, de  unos 6 kms, produce de vez en cuando unos remansos junto a las praderas, en donde estaban las pozas, en las que se encontraban las mejoras y mas voraces truchas del entorno y allí mismo, excavando ligeramente en la tierra, sacábamos los merucos , su alimento preferido. Durante muchos años, esos lugares fueron utilizados como base de encuentros, excursiones, merendolas y chicoleos de juventud, en aquel paraíso que tenia agua, hierba, ramas, cobijo y sombra y en donde aquella mezcla de rumores de arroyo, ramas y hojas, con algún mugido de vaca y el canto de un mirlo, más nuestra imaginación, nos situaba en plena selva africana. 

Todas esas cosas que nosotros tanto apreciábamos, para quien vive en la aldea, son lecciones y conocimientos que aprende solo, que vive día a día y  posiblemente algunos no le den demasiada valoración, pero para unos chavales de ciudad, era muy importante además,  aún con sus miedos y sus riesgos, el llegar a ortigarse las piernas, el que te picaran las avispas, resbalar en la figal, pisar un limiago o caerte patas arriba al romperse un estrobo del chalano. Por esas vivencias tan elementales y entre otras cosas, porque no había nada de nada en aquella posguerra tan triste, nos sentíamos muy entroncados con el pueblo y participábamos en todo cuanto podíamos, aunque a veces fuéramos un tanto inexpertos y estorbáramos más que otra cosa.
De vez en cuando, iba a casa a segar hierba para sus conejos, Aurora de Pumeda, una paisanina vestida de negro. con la cara arrugadina como una manzana pasada, la boca hacia adentro, mirada profunda y pañuelo en la cabeza, que hablaba con los últimos  restos del ya  lejano bable. Después de segar y llenar un paxu de hierba,  siempre se tomaba con mi madre un cafetín caliente y se fumaba un pitu. Nosotros le dábamos un paquete de picadura para que nos contara cosas de la Santa Compaña, mientras intentábamos coger el guadaño y el garabatu con muy mal estilo.
               Pepe Sama, nos dejaba a veces “ayudarle” a hacer aquellos chorizos y morcillas tan olorosas, pero  nunca nos permitió ver matar a los xatos hasta que fuimos mayores. En su tienda de ultramarinos, pasábamos grandes ratos charlando con Ana y Maruja, comentando los pequeños sucesos del momento.
               En la carpintería de Luis Pérez, enredábamos entre formones, azuelas  cepillos y virutas,  para hacer forquetas para los gomeros o conseguir un buen tiratacos. En Traslacuesta, veíamos moler el maíz, cayendo los granos desde la moxeta y la talandoria saltando sobre  la muela, con el ruido del agua pasando por el salivo al rodezno. Servanda, se partía de risa al vernos pretender montar en  burra con parigüelas, manteniendo el equilibrio como podíamos y como todos, cuando llovía, llevábamos nuestras madreñas para poder andar por la hierba y el barro. De vez en cuando, nos metíamos Huelga arriba, con refuelles o con un sedal, anzuelo y unos merucos para intentar sacar alguna trucha, aunque lo que generalmente caían asgaya, eran  pescardos y zapataeiros.
Nuestros vecinos mas próximos eran, Fausto, hombre de no muy buen carácter, buen distinto del de su hijo. Alfredo, barbero y mas tarde cobrador de arbitrios . Estaban también, la casa de Segisfredo, la de María Socorro y la de Pepe Marina. Entre estas últimas, la casa de Isabel y su hija Elma, la mejor vecina y la mejor amiga. Siempre estuvo y está, desinteresadamente, cerca de nosotros para todo y ella sabe muy bien de problemas y circunstancias de nuestra familia, que guarda prudentemente.
Biades, ¿Carames?, Antonio, Julín de Lin y Laureano
Al fondo, a la izquierda,  la casa natal del autor

Teníamos amigos de todas las edades, con los que de una manera u otra, pasábamos ratos, jugábamos, hacíamos alguna que otra travesura o simplemente nos interesábamos por sus labores y trabajos. Biades, Angelin de la Bilía, Pepe Las Rozas, Mon, Juanin, Marcelo El manco, Avelino, Cesar de Liconi, Buría, Pilo, Luis de Pesana, Kike de la Riestra, Pepín y Marino, Eliseo, Ismael y Juan Miguel, Pepe de Amparo, los de Arco, Pepin de Imelda, los Galán, los Libú, Ismael de Tamargo, Tino y Kike, Julio Lisa, Pepe El Consul, Emilio La Calea y muchos mas, cuyos nombres ya no recuerdo, pero que sus caras, las de antes, se repiten en mi interior de vez en cuando, como los ecos de las canciones del inolvidable Tomasín.
Recuerdo haber formado parte en una esfoyada  y algún amagüestu en La Pación, con algún mozo tratando de hacerle rebelguinos a las mozas y con el anís favoreciendo cantarinos, chistes y adivinanzas, de las que aún conservo en la memoria  una que decía:
  ¿- Que cosa  cosadiella ye una cosa.. alta por alta y redonda como un platu ?.
   - Ye la luna...- decía algún ingenuo.
   •-¡ Pues el que comi cagallones, non ayuna !.

El jugar al escondite entre los maíces ya crecidos en Agosto o bajo las pilas de narvaxo después de recogido, fumando entre toses y arcadas  los primeros pitos de porreta, era empezar a gozar de la libertad mas elemental. Comer manzanas desde los pradónes de Arco al atardecer, era una gozada. No podré olvidar nunca mis trepadas a la Peñona, llena de rebollas  y después las primeras  andaduras Ucedo arriba, pasando por la casa de Pepe las Rozas, tomando un tazón de leche recién catada y siguiendo  la Huelga hasta su nacimiento,  ampliando cada vez más las excursiones por Las Rabias, La Llamera, Los Veneros, con aquellos prados, bosques y montes que te ofrecían una sorpresa, un sonido o un olor en cada revuelta  y sobre todo el panorama amplio desde Santa Eulalia o desde el Birabeche. Y en una ocasión, con mi primo Pepe Luis, mayor él y yo mocín, subimos  en bicicleta hasta llegar a Ventosa, reventaus y secos. Allí por cuatro perras, merendamos sidra y lacón, con pan de escanda, bajando después a tumba abierta hasta San Román, Santoseso, Peñaullan y Riberas. El tener a tu disposición esos paisajes, ese silencio y esa limpieza de ambiente, es lo que hoy día, pomposamente  la llaman, “Calidad de vida”.
Juan Miguel, Julín de Lin y Angel de Cristina (El Sayón)
Tampoco podré olvidar, como experiencia muy especial, la vez que nuestro primo Angel, conocido en La Arena como El Sayón, me invitó a compartir con él la pesca de la angula, una noche del mes de Noviembre. Llegue de vuelta a casa a las 7 de la mañana, después de seis horas de vueltas por el río, con un tremendo frío y empapado de humedad pero con 4,5 kilos largos de angula blanca. Pero lo mejor de todo, fue toda la conversación que tuvimos, esperando la hora de la marea y durante la pesca misma y en la que, entre un montón de preguntas y respuestas, Angelín me contó la historia de la angula, sus experiencias en la mar hasta que tuvo el accidente y  también me habló de sus dudas religiosas, sorprendiéndome su inquietud por saber y aprender de las cosas importantes de la vida. Era un hombre algo retraído, bastante tímido y solitario, pero con una calidad humana muy sensible.
Soy consciente de que en aquellos tiempos, algunos teníamos un nivel de vida mas alto que el de la mayoría de los habitantes de Riberas pero nunca nadie me lo echó en cara, que yo sepa y fui admitido siempre con toda naturalidad en todos los hogares. Por eso y por formar parte de todos,  aunque fuera por poco tiempo, no ignoré que hubo quien lo pasó muy mal, pero sin embargo me alegra, me satisface y me enorgullezco de que ahora, el nivel de la mayoría de mis paisanos, sin milagros ni loterías, es  ya muy superior y que las necesidades mas elementales están mas que cubiertas, gracias a su trabajo y a las actuales circunstancias democráticas del País, sin miedos y con una convivencia pacífica de todas las ideologías.
Hoy día, sigo queriendo a mi patria chica y a sus gentes. Mi mujer y nuestros hijos, a pesar de no haber nacido allí, llevan y sienten a Asturias como una cosa propia, y hasta el nieto mayor, también madrileño, presume de ser asturiano, entre sus amigos y compañeros. Mi hermano Juanjo y mi cuñada, tienen los mismos sentimientos y sus hijos y nietos, siguen el mismo camino.
Sin embargo, también nos produce mucha tristeza el contemplar la Asturias actual, con una gran población jubilada, con las minas, la pesca, la ganadería y la agricultura en precario. Nos deprime ver tantas viviendas cerradas y esa casa nuestra en venta, abandonada y sin vida, por problemas familiares absurdos y por obtusas dificultades de entendimiento.
Y notamos también un gran vacío, por la falta de tantos y tantos seres que se nos fueron, viendo como la población de Riberas disminuye día a día, contemplando una veiga casi convertida en prados, notando  la ausencia de las varas de hierba,  echando de menos las manzanas minganas  y sintiéndome  bastante desilusionado porque ya no se ven luciérnagas por la noche,  ni se oye una lejana asturianada... 
Tal vez, aparte de la lógica de los tiempos, es que  a Asturias le pase como a sidra: que tiene que caer bien, en el borde, para sacarle su buen sabor.....
(continuará)

[1] Publicamos aquí la primera de las tres entregas en que dividimos las crónicas que Carlos Rodríguez-Navia tuvo la amabilidad de enviarnos. Vaya para él todo nuestro agradecimiento. 

1 comentario:

  1. Mirando en internet noticias e historias sobre el pueblo y las gentes de Riberas de Pravia, me encontre con esta pagina en la que leo que usted conocio a mi padre Eliseo y que incluso fue amigo de el , yo soy una de sus hijas, que aunque ahora vivo muy lejos,estoy bautizada en Riberas y siempre que puedo me paso por alli, mi padre siempre nos hablo mucho de su pueblo y especialmente de sus amigos y de las muchas travesuras que vivieron juntos, desgraciadamente ya no esta, pero se que si pudiese leer estos comentarios suyos se sentiria inmensamente feliz, le animo a escribir todas aquellas cosas que se le vengan a la memoria, pues los descendientes de todas estas personas estamos encantados de volver a revivir esos recuerdos, en mi ya tiene la mas fiel admiradora, espero seguir leyendo cosas suyas.

    ResponderEliminar